Quiero estar despierto cuando muera: diario de un genocidio

Lunes 20 de noviembre (Día 45)

Bilal fue asesinado ayer mientras intentaba salir de la ciudad de Gaza. Eso es todo lo que sé. Lo mataron. No hay más información sobre la suerte de uno de los periodistas más importantes de Gaza. La última vez que supe de él fue el viernes. Me mandó un mensaje diciendo que se había mudado de la Ciudad Vieja a la casa de su familia en Jeque Radwan. Y dijo, bromeando, que ahora estábamos tan cerca que podíamos encontrarnos a mitad de camino en Jabalia.

En nuestra última charla, dos días antes de este mensaje, incluso le había propuesto que viniera a Jabalia y se quedara conmigo. Le dije: «De momento, aquí la cosa está bien». Después intenté llamarlo muchas veces, pero nunca tuve buena señal. Hace una semana, obtuve un número nuevo con la compañía Oredoo, con la esperanza de tener más cobertura. Ayer le mandé un mensaje preguntándole simplemente: «¿Estás bien?». No obtuve respuesta hasta que entró mi hermano Mahoma y me dijo que Bilal había sido asesinado en el coche cuando intentaba llegar lo más al sur posible por la gran ruta del éxodo (Salah al-Din) antes de bajar y caminar.

Cuando me enteré, me negué a creerlo e intenté llamar a su número una y otra vez. Luego intenté llamar a amigos en común: Hikmat (redactor de SAWA) y Jawdat Kboudari, que había acogido a Bilal en la Ciudad Vieja. No hubo respuesta. La última vez que lo vi, parecía haber perdido la esperanza. Había estado llamando por teléfono a su esposa y a sus hijos, a quienes había conseguido alojar en Jan Yunis en la segunda semana de la guerra. Le pregunté por Karam, su hijo, y si todavía no le gustaba la poesía. «Karam va a amar la poesía si la poesía hace que esta guerra termine», bromeó, «pero solo entonces». Bilal había dedicado la mayor parte de sus horas de vigilia durante esta guerra a transmitir mensajes y fotos desde Gaza al extranjero.

Él creó muchos grupos de WhatsApp con diplomáticos y periodistas internacionales, personas que había conocido en su calidad de director de la Casa de la Prensa. Siempre que había internet, enviaba nuevas fotos y noticias. La última vez que estuvimos juntos le dije que deberíamos planear un viaje a Europa, unas vacaciones, cuando terminara la guerra. Le recordé el viaje que hicimos juntos a Bruselas como parte de un programa de intercambio de la UE. Pasamos allí ocho días. Además de nuestras reuniones diarias, visitamos museos, galerías y cines. Pasamos las noches en cafés viendo la Copa del Mundo. Cuando fantaseé con nuestro nuevo viaje, me dijo: «No me veo saliendo de esto, Atef». Intenté desestimar ese comentario e insistí en que todos lo lograríamos. Ni siquiera estaba seguro de si habría una Casa de la Prensa después de la guerra, y mucho menos un director.

«La guerra se lo viene todo», dijo. Ese día se fue antes de lo habitual, prometiendo que volvería en una hora. Fue la última vez que lo vi. Medio en broma, habíamos hecho un pacto para cruzar juntos el valle. Cuando llegó la noche, subí las escaleras y me sentí a llorar. ¿Cómo se atreve la muerte a llevarse a un hombre así? ¿Cómo se atreve algo tan indigno, como es esta guerra, a llevarse a un hombre tan digno? Mis amigos caen como moscas. No ha pasado un día en esta guerra sin que viera a Bilal, o lo llamara por teléfono o le mandara un mensaje de texto. Ahora la guerra sigue y Bilal ya no está entre nosotros.

¿Cómo se atreve algo tan indigno, como es esta guerra, a llevarse a un hombre tan digno? Mis amigos caen como moscas

Ayer Faraj no consiguió llegar al sur. No pudo encontrar ningún medio de transporte que lo llevara a él ya su equipaje hasta el paso de Kuwait en Salah al-Din. Esperó al costado de la ruta durante tres horas a que alguien se detuviese, pero fue en vano. Esta mañana nos levantamos todos a las 5. A las 6, Faraj tiene que esperar abajo, en la calle, a que lo pasen a buscar. Esta vez, las familias huyen desde el este, ya que los tanques han estado disparando sobre ese lado del campo, desde el amanecer, desde la ruta de la playa. El Hospital Indonesio ha sido alcanzado y algunos de los supervivientes que consiguieron huir hablan de más de cien muertos dentro del hospital. «Hay cadáveres por todas partes, adelante, atrás, alrededor del hospital», nos dice un hombre.

La gente se dirige hacia el oeste sin saber exactamente dónde terminará hoy su viaje. Solo quieren estar lo más lejos posible de las zonas atacadas. Cuanto más veo, más me pregunto si ya es hora de que nosotros también nos vayamos. Yasser, mi hijo de 15 años, no puede evitar tener miedo todo el tiempo. Cree que deberíamos dirigirnos al sur y quedarnos en Rafah, hasta que se abra la frontera, y luego ir a El Cairo, y desde allí, a Ammán y de vuelta a Ramallah. Extraña a su madre, a sus hermanos ya su hermana. Muchas otras familias de nuestra calle también se van esta mañana. Tendríamos suerte si alguien nos llevara hoy. Nuestro amigo Yousef es la única persona en toda la manzana que aún tiene gasolina en el coche. «Ahora es una celebridad», dice Mohammed, «gracias a ese coche». Nadie sabe cómo ha conseguido ahorrar combustible hasta ahora, pero ya es famoso porque lleva a todo el mundo al paso de Kuwait. Eso sí, hay que reservar con tiempo, a ser posible con dos días de antelación, porque está lleno. Alrededor de las 10 de la mañana, algunos jóvenes proponen que juntemos la basura que se ha acumulado en la calle.

Con cada nuevo día, el campo parece más silencioso, más vacío. Me pregunto cómo se recordará todo esto cuando termine.

Sugieren amontonarla en el lugar donde están los cubos de basura del barrio. Ahora, sin servicios municipales y con la UNRWA teniendo otras cosas de las que ocuparse, la basura está tirada por todas partes. Esto obstaculiza la circulación de las ambulancias y dificulta aún más el paso de los desplazados agotados. Todos trabajamos durante una hora y media para limpiar la calle, hasta que toda la basura está amontonada. Al terminar uno de los hombres pregunta: «¿Cuántas veces más crees que vamos a hacer esto?». «Si esto sigue así», digo yo, «solo habrá montones de basura y montones de escombros». Con cada nuevo día, el campo parece más silencioso, más vacío. Me pregunto cómo se recordará todo esto cuando termine. También me pregunto si alguna vez terminará. No quiero acordarme de esta guerra y, desde luego, no quiero aceptar la «nueva vida» que espera a los gazatíes cuando termine la guerra. Quiero que todo se omita, se borre y que los borrados vuelvan.


adelanto de Quiero estar despierto cuando muera: diario de un genocidio de Atef Abu Saif, publicado en España por Blackie Books. Su publicación, de carácter urgente, supone la unión de diez editoriales internacionales, que están publicando el libro de forma simultánea para denunciar la situación de la población palestina y pedir el alto al fuego.

Atef Abu Saif Nació en el campo refugiados de Jabalia, en la Franja de Gaza, en 1973. Se licenció en la Universidad de Birzeit y después cursó una maestría en la Universidad de Bradford, Inglaterra. También posee un doctorado en Ciencias Políticas y Sociales del Instituto Universitario Europeo de Florencia.

Es autor de cinco novelas y dos colecciones de cuentos, así como de varios ensayos políticos. Es también colaborador habitual de periódicos y revistas palestinos y de otros países árabes, en los que en 2014 empezó a publicar sus diarios del conflicto de Gaza. En 2019, se trasladó a Cisjordania, donde reside desde entonces. Al comienzo de la última ofensiva del genocidio israelí en Gaza, en octubre de 2023, Atef Abu Saif estaba visitando la ciudad con Yasser, su hijo de 15 años. Quedaron atrapados allí durante más de tres meses. Aquí están recogidos esos días de terror y muerte, el testimonio único de una de las peores masacres de nuestro siglo.

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